Todos los años, llegando diciembre, cerrando actividades laborales y casi como ritual obligado, comienzan los balances y formulación de proyectos y objetivos para el año entrante, los nuevos comienzos, como me gusta pensarlos: en relación al cuerpo, al trabajo, a las relaciones. Pero que en realidad, resumen una serie de viejos enunciados gastados, automatizados. Hasta de clisé, me animaría a decir. ¿Cuántas veces nos propusimos tantas cosas, o escuchamos a nuestros familiares o amigos decirlo? Probablemente muchas más de las que luego vemos que esas promesas se caen. Ahora bien, ¿sucede esto a propósito? ¿Existe alguna explicación acerca de por qué es tan difícil iniciar un cambio? Y principalmente, ¿se puede hacer algo para romper estos ciclos y poder realmente acercarnos a esos cambios deseados?
Distintas disciplinas científicas se ocupan de estudiar los fenómenos que tienen que ver con el cambio y producen teorías para explicarlo. En el caso de la Psicología, dos autores clásicos que se han referido a ello son Prochaska y Di Clemente, con su Teoría Transteorética del Cambio (1983).
Estos autores señalan que para que el cambio se produzca, éste debe ser intencional. Es decir, no se puede esperar que una persona cambie si no lo desea. Lejos de parecer una obviedad, es una explicación muy sensata acerca de por qué cuando le pedimos a alguien que deje de hacer algo que no nos gusta o nos molesta (y no deja de hacerlo), parece que lo sigue haciendo a propósito o para molestarnos.
Ahora bien, cuando una persona toma la iniciativa para emprender un cambio deseado, pueden suceder en términos generales tres cosas: la primera, que lo logre y el cambio se instale, por ejemplo: caminar una hora todos los días; la segunda, que lo inicie y lo abandone rápidamente, por ejemplo: que camine una semana y después el lunes siguiente se quede en su casa realizando una actividad alternativa; o bien, en el último caso, que el cambio a intentar sea tan difícil que no se pueda siquiera intentar implementarlo espontáneamente.
Fundamentalmente cuando se trata de abordar problemáticas relacionadas con cambios comportamentales, o con aspectos de salud que tienen aristas relacionadas con la conducta, es que entran en juego los procesos de cambio psicoterapéuticos, donde el nuevo actor que aparece en escena es el psicoterapeuta.
Y retomando la idea planteada inicialmente, ¿Cómo es que un proceso psicoterapéutico puede llegar a ser, tal vez, la respuesta frente a esos intentos fallidos? A partir del hecho de que, si bien el cambio se puede producir en multiplicidad de contextos, situaciones o por infinitas motivaciones (las menos previsibles a veces), la psicoterapia constituye un espacio específicamente diseñado para que el cambio tenga lugar.
De acuerdo con lo planteado por los autores, el proceso de cambio atraviesa una serie de etapas o fases: la pre-contemplación, la contemplación, la preparación, la acción y el mantenimiento. Y puesto que todas las personas avanzan según sus propios ritmos, de acuerdo con sus características y recursos personales, el terapeuta será el indicado para acompañar el proceso de cambio de los sujetos. Así, podrá realizar las intervenciones específicas, en los momentos indicados, para facilitar el cambio, de acuerdo a los objetivos delimitados conjuntamente para ese tratamiento específico.
De este modo, los autores aportaron teoría a algunos de los lineamientos generales del arte de la psicoterapia: la aceptación incondicional hacia los consultantes, sin juzgamiento de sus procesos o las limitaciones en los mismos; la empatía y la confianza en los recursos y potencialidades hacia el cambio en cada sujeto y éste como parte de la naturaleza humana.
Entonces, si bien muchas veces escuchamos o decimos que “este año…” o “esta vez es en serio…”, y observamos que a los pocos días, vuelve a ser “como antes…” o “como la vez anterior…”, no se trata de una falta de motivación, o de disciplina o de un engaño. Probablemente no es el momento, o no están las condiciones dadas, por pensar sólo en algunas explicaciones sencillas. Los procesos y caminos del cambio son profundamente complejos y sofisticados, indistintamente de quién se trate y cuál sea la problemática a abordar. Por ello, desde la psicoterapia realizamos los máximos esfuerzos posibles, desde la premisa de que el cambio siempre es posible, indistintamente de la naturaleza de la problemática, mayores o menores niveles de complejidad frente a la intervención, y los posibles alcances de la misma. Puesto que si bien, pueden realizarse múltiples lecturas de la misma, la que más importa, es aquella que pueda hacer sobre su proceso el consultante mismo, desde su experiencia personal y las mejorías percibidas.